El Pop de King
Una mirada muy particular al mundo de la cultura popular
Publicado originalmente en Entertainment Weekly
¿Importan las películas? (Parte 1)
por Stephen King
(Pop of King #6, Do Movies Matter? - I)
(Nota del Autor: Siento que debas esperar dos semanas para la Segunda Parte, pero si pudiste aguantar que Kill Bill fuera dos partes, y a El Señor de los Anillos tres, creo que podrás aguantar esto. Steve)
Por supuesto que las películas importan. Pero, debes preguntarte, ¿importan realmente las películas?
¿Importan tanto como los libros o como grandes obras como El Rey Lear? ¿Un medio tan efímero que puedes mirar a través de él, y puedes incendiarlo en el instante en que le acercas una cerilla? ¿Algo que se pudre en menos de 30 años si no lo cuidas sumamente bien? ¿Algo que sucede antes que tú en un constante presente, y no te tiene en cuenta para volver o para pararte a pensar, y que es –con diferentes representaciones– exactamente siempre lo mismo?
Mi respuesta es que puedes apostar tu culo a que no, no todas las películas importan. No importan un montón de ellas. Llevo un registro de todas las películas desde 1994 y no puedo recordar casi el 95% de los títulos que hay incluidas en él. ¿Qué fue, por ejemplo, de Demon Knight? No tengo ni idea. ¿Y de The Run of the Country? Ni idea. Recuerdo una vaga referencia de Rumble in the Bronx pero no puedo decirte quien la protagoniza si me pones una pistola sobre la sien.
Pero 50 años más tarde todavía puedo recordar la sensación de desmayo que sentí cuando la madre de Bambi fue asesinada, dejando al pobre cervatillo solo. Fui un hijo que se crió solo con su madre, y pasé muchas noches después de apagar la luz pensando en Bambi y preguntándome qué me pasaría si le ocurriera algo a mi madre. Todavía recuerdo la frase de la película con más fuerza: “El hombre está en el bosque”.
Recuerdo cuando mojé mis pantalones de tanto reírme cuando vi por primera vez un corto de Little Rascals. Fue Buckwheat quien lo hizo. Buckwheat me aniquiló. No sé si eso es racista o no (probablemente lo sea), pero sé que eso es verdad. Recuerdo mi primer agobio en la pantalla –no fue Annette Funicello tirada en la playa con Frankie Avalon, sino Kim Novak y William Holden en Picnic. Recuerdo entender, como en una explosión de luz brillante, que la gente atrapada por una fuerte pasión puede hacer cualquier cosa irracional en un momento dado. Pero mayormente, recuerdo deseando con todo mi corazón ser William Holden.
Recuerdo The Hustler, con Paul Newman y Jackie Gleason, la primera película sin monstruos, disparos ni payasadas que me llenó completamente la cabeza y el corazón. Fue la única que me hizo comprender que una buena actuación puede cambiarte la vida y una gran actuación podría cambiar el mundo.
El Bueno, el Malo y el Feo es una película sobre la que he escrito muy a menudo; suficiente con decir que me asombró el escarpado tamaño de las cosas y los indignantes trucos que ese Sergio Leone intentó... y logró más que falló.
La Noche de los Muertos Vivientes lleva tanto tiempo funcionando que ha llegado a convertirse en el equivalente cinematográfico de una broma amistosa, pero aún recuerdo el puro horror que sentí la primera vez que vi a la pequeña muchacha acuchillando a su madre hasta la muerte con unas tijeras de podar. Lo que recuerdo pensando cuando vi esas sombras locas proyectándose caprichosamente por la luz de un foco sobre una silla eléctrica es “Estoy en manos de un lunático, y no parará hasta asustarme”. Nunca en mi vida estuve tan asustado en una sala de cine.
Esas sensaciones de que te-cambia-la-vida fueron menos frecuente según crecía, y durante un tiempo tuve la certeza de que en la brillante parábola de Billy Bob Thornton en Sling Blade fue la última ocasión en que la sentí una de ellas. Luego llegó Mystic River de Clint Eastwood, que es una de las tres o cuatro mejores películas que he visto en los últimos 30 años.
Sobre Mystic River y Kill Bill quiero hablar la próxima vez. Para entonces aquellos de ustedes que quieran ver estas películas lo habrán hecho, y no será necesario entablar ninguna infantil charla sobre si será un “spoiler”. (Cómo he llegado a odiar esta simple palabra). Estas dos películas son remarcables a su manera, pero cada una es un clásico. El por qué lo obtendremos pronto; pero ahora, dejo una lista de buenas películas que he visto en los últimos 15 años. He puesto un asterisco al lado de dos de ellas –esas dos, recuérdalas. Son las más grandes– al menos para mí.
The Usual Suspects... Fargo... There’s Something About Mary... *Sling Blade... Frequency... The Matrix... Stir of Echoes... American Beauty... Wonder Boys... The Sixth Sense... High Fidelity... L.I.E.... In the Bedroom... Cinema Paradiso... Iris... *Mystic River.
Dale vueltas a esto, y luego terminaremos nuestra discusión de por qué las películas importan, ¿ok?
¿Importan las películas? (Parte 2)
por Stephen King
(Pop of King #7, Do Movies Matter? - II)
Se dijo que en los 60, cuando Francis Ford Coppola era sólo un chaval, se encontró por suerte trabajando en una de las películas de Roger Corman. Acorde con la leyenda, Coppola convenció a Corman, un yonqui de alto presupuesto, que le permitiera hacer sus propias películas usando el equipo y los trabajadores de Corman.
El film que Coppola hizo (en nueve días) fue Dementia 13. Por humor, por atmósfera y por los planos de terror de destripamientos, 13 logró que Psicosis y La Noche de los Muertos Vivientes tuvieran una muerte doméstica. Dementia 13 es una película que importa.
Algunos años más tarde, Coppola se gastó al menos mil veces más de lo que se gastó en Dementia 13 para hacer la última película de la saga El Padrino. La película es opulenta, incoherente y aburrida. El Padrino Parte III es una película que no importa.
¿La diferencia? Una tiene corazón, ritmo, y el loco entusiasmo de la juventud. La otra es el trabajo de un hombre con talento que lo ha utilizado todo o bien que lo ha dejado para otro día. Durante mucho tiempo, perdí la distinción entre películas que importan y las que no, lo que me sugiere una posibilidad que me asusta: que las películas en general han dejado de importar, al menos a mí. Esta posibilidad me asusta porque yo he amado el cine durante toda mi vida y odio la idea de que quizás haya perdido ese amor.
Luego, en el transcurso de una sola semana, vi una película que definitivamente me importó –quizás sea la mejor película que he visto en los últimos 30 años– y otra que no lo hizo; una de ellas era, de hecho, un poco aburrida. La película aburrida era Kill Bill. Probablemente habrás leído buenas críticas sobre ella, posiblemente incluso dentro de esta misma revista. Steve dice que no se las crean. Steve dice que debes recordar que los críticos ven las películas gratis. Además, no tienen que contratar una niñera ni pagar 10 dólares en el aparcamiento. Ellos, por consiguiente, son aptos para poner por las nubes películas narcisistas como Kill Bill, que ha sido anunciada como la Cuarta Película de Quentin Tarantino y no como cursi.
Kill Bill no es un punto de referencia de atrocidad como Mars Attacks! o Queridísima Mamá; simplemente se embota a sí misma. Uma Thurman lo intenta intensamente y aunque ella es lo mejor de la película, al final parece más un maniquí que un ser humano: ella es, Dios nos salve, la Novia. La coreografía de violencia es como un rutinario chapuzón de Esther Williams. Cuando la Novia despacha al menos 70 tipos que saben kung-fu en una escena, la sangre se desparrama en espirales desde los miembros amputados. Ni siquiera tiene un final para quitarse el sombrero; lo único que nos cuenta son más y más patadas y puñetazos de karate, más falsos gritos de batalla. A decir verdad, está muy bien hecha, y la historia hace acopio de nuestro interés conforme la trama avanza, pero lo que se tiene que embotar se embota, ¿verdad? Todo lo que estoy haciendo es intentar centrarme en los sentimientos de insatisfacción que te harán dejar de ver esta película, el sentimiento de haber podido ser entretenido en lugar de encontrarte en las cálidas manos de la hoguera de las vanidades de Quentin Tarantino.
Mystic River, por el contrario, copa nuestro interés de una manera fascinante; por la construcción de personajes y porque nos cuenta una historia actual. Comienza a mitad de los 70, cuando a tres chicos (Sean, Dave y Jimmy) se le acercan dos hombres que se hacen pasar por polis. Siendo Dave es más fácil de separar de sus amigos, los “polis” lo meten en la parte trasera del coche y se lo llevan. Durante cuatro días, Dave sufre abusos sexuales a manos de esos lobos humanos. Finalmente escapa... pero realmente nadie puede escapar de algo así, y Clint Eastwood (que dirige) y Dennos Lehane (que escribió el libro) lo saben.
Saltamos adelante 25 años, a un día antes de que la hija adolescente de Jimmy sea encontrada asesinada. Lo que sigue es una tragedia de tensión que culmina con la muerte de un hombre inocente. Con un guión afilado y fuertes actuaciones (la mayor parte de la gloria se la ha llevado Sean Penn, pero el que mejor actúa es Kevin Bacon), la película es absolutamente entretenida. Nunca te preguntas por qué compraste las palomitas de tamaño pequeño en lugar del mediano; nunca miras la hora; te tiene totalmente absorbido.
En Mystic River hay tres asesinos en lugar de cientos, y Eastwood muestra uno cuando nosotros solo vemos sombras. No hay danzas mortales de kung-fu; la violencia es fea y bella, a la vez que romántica.
De nuevo, Kill Bill no es una mala película; solo es una película tibia. Dentro de diez años, te resultará difícil recordar de qué iba o quienes actuaban. Mystic River, por el otro lado, quedará grabada en tu memoria. Dentro de veinte años, podrás rememorar los terribles gritos de Sean Penn cuando se entera de que su hija está muerta.
Quizá el tema es este: las películas que importa (y los libros, y la música) nos llaman por sus propias voces –voces que son a veces en voz baja, pero siempre entendibles–. El cine es el mayor arte popular de nuestro tiempo, y el arte tiene la habilidad de cambiar vidas. Esto significa que las películas importan, e importan mucho. Cada vez que voy al cine, voy con la mayor de mis esperanzas, con mi dinero en una mano y el corazón en la otra. La mayoría de las veces, la película se vuelve canalla, pero a veces puedes encontrar un clásico real como The Way of the Gun, Billy Elliot o Mystic River. Cuando eso ocurre, puedo robar el eslogan de las Series Mundiales de este año y usarlo en este caso: VIVO PARA ESTO.
Fuente: Insomnia
Una mirada muy particular al mundo de la cultura popular
Publicado originalmente en Entertainment Weekly
¿Importan las películas? (Parte 1)
por Stephen King
(Pop of King #6, Do Movies Matter? - I)
(Nota del Autor: Siento que debas esperar dos semanas para la Segunda Parte, pero si pudiste aguantar que Kill Bill fuera dos partes, y a El Señor de los Anillos tres, creo que podrás aguantar esto. Steve)
Por supuesto que las películas importan. Pero, debes preguntarte, ¿importan realmente las películas?
¿Importan tanto como los libros o como grandes obras como El Rey Lear? ¿Un medio tan efímero que puedes mirar a través de él, y puedes incendiarlo en el instante en que le acercas una cerilla? ¿Algo que se pudre en menos de 30 años si no lo cuidas sumamente bien? ¿Algo que sucede antes que tú en un constante presente, y no te tiene en cuenta para volver o para pararte a pensar, y que es –con diferentes representaciones– exactamente siempre lo mismo?
Mi respuesta es que puedes apostar tu culo a que no, no todas las películas importan. No importan un montón de ellas. Llevo un registro de todas las películas desde 1994 y no puedo recordar casi el 95% de los títulos que hay incluidas en él. ¿Qué fue, por ejemplo, de Demon Knight? No tengo ni idea. ¿Y de The Run of the Country? Ni idea. Recuerdo una vaga referencia de Rumble in the Bronx pero no puedo decirte quien la protagoniza si me pones una pistola sobre la sien.
Pero 50 años más tarde todavía puedo recordar la sensación de desmayo que sentí cuando la madre de Bambi fue asesinada, dejando al pobre cervatillo solo. Fui un hijo que se crió solo con su madre, y pasé muchas noches después de apagar la luz pensando en Bambi y preguntándome qué me pasaría si le ocurriera algo a mi madre. Todavía recuerdo la frase de la película con más fuerza: “El hombre está en el bosque”.
Recuerdo cuando mojé mis pantalones de tanto reírme cuando vi por primera vez un corto de Little Rascals. Fue Buckwheat quien lo hizo. Buckwheat me aniquiló. No sé si eso es racista o no (probablemente lo sea), pero sé que eso es verdad. Recuerdo mi primer agobio en la pantalla –no fue Annette Funicello tirada en la playa con Frankie Avalon, sino Kim Novak y William Holden en Picnic. Recuerdo entender, como en una explosión de luz brillante, que la gente atrapada por una fuerte pasión puede hacer cualquier cosa irracional en un momento dado. Pero mayormente, recuerdo deseando con todo mi corazón ser William Holden.
Recuerdo The Hustler, con Paul Newman y Jackie Gleason, la primera película sin monstruos, disparos ni payasadas que me llenó completamente la cabeza y el corazón. Fue la única que me hizo comprender que una buena actuación puede cambiarte la vida y una gran actuación podría cambiar el mundo.
El Bueno, el Malo y el Feo es una película sobre la que he escrito muy a menudo; suficiente con decir que me asombró el escarpado tamaño de las cosas y los indignantes trucos que ese Sergio Leone intentó... y logró más que falló.
La Noche de los Muertos Vivientes lleva tanto tiempo funcionando que ha llegado a convertirse en el equivalente cinematográfico de una broma amistosa, pero aún recuerdo el puro horror que sentí la primera vez que vi a la pequeña muchacha acuchillando a su madre hasta la muerte con unas tijeras de podar. Lo que recuerdo pensando cuando vi esas sombras locas proyectándose caprichosamente por la luz de un foco sobre una silla eléctrica es “Estoy en manos de un lunático, y no parará hasta asustarme”. Nunca en mi vida estuve tan asustado en una sala de cine.
Esas sensaciones de que te-cambia-la-vida fueron menos frecuente según crecía, y durante un tiempo tuve la certeza de que en la brillante parábola de Billy Bob Thornton en Sling Blade fue la última ocasión en que la sentí una de ellas. Luego llegó Mystic River de Clint Eastwood, que es una de las tres o cuatro mejores películas que he visto en los últimos 30 años.
Sobre Mystic River y Kill Bill quiero hablar la próxima vez. Para entonces aquellos de ustedes que quieran ver estas películas lo habrán hecho, y no será necesario entablar ninguna infantil charla sobre si será un “spoiler”. (Cómo he llegado a odiar esta simple palabra). Estas dos películas son remarcables a su manera, pero cada una es un clásico. El por qué lo obtendremos pronto; pero ahora, dejo una lista de buenas películas que he visto en los últimos 15 años. He puesto un asterisco al lado de dos de ellas –esas dos, recuérdalas. Son las más grandes– al menos para mí.
The Usual Suspects... Fargo... There’s Something About Mary... *Sling Blade... Frequency... The Matrix... Stir of Echoes... American Beauty... Wonder Boys... The Sixth Sense... High Fidelity... L.I.E.... In the Bedroom... Cinema Paradiso... Iris... *Mystic River.
Dale vueltas a esto, y luego terminaremos nuestra discusión de por qué las películas importan, ¿ok?
por Stephen King
(Pop of King #7, Do Movies Matter? - II)
Se dijo que en los 60, cuando Francis Ford Coppola era sólo un chaval, se encontró por suerte trabajando en una de las películas de Roger Corman. Acorde con la leyenda, Coppola convenció a Corman, un yonqui de alto presupuesto, que le permitiera hacer sus propias películas usando el equipo y los trabajadores de Corman.
El film que Coppola hizo (en nueve días) fue Dementia 13. Por humor, por atmósfera y por los planos de terror de destripamientos, 13 logró que Psicosis y La Noche de los Muertos Vivientes tuvieran una muerte doméstica. Dementia 13 es una película que importa.
Algunos años más tarde, Coppola se gastó al menos mil veces más de lo que se gastó en Dementia 13 para hacer la última película de la saga El Padrino. La película es opulenta, incoherente y aburrida. El Padrino Parte III es una película que no importa.
¿La diferencia? Una tiene corazón, ritmo, y el loco entusiasmo de la juventud. La otra es el trabajo de un hombre con talento que lo ha utilizado todo o bien que lo ha dejado para otro día. Durante mucho tiempo, perdí la distinción entre películas que importan y las que no, lo que me sugiere una posibilidad que me asusta: que las películas en general han dejado de importar, al menos a mí. Esta posibilidad me asusta porque yo he amado el cine durante toda mi vida y odio la idea de que quizás haya perdido ese amor.
Luego, en el transcurso de una sola semana, vi una película que definitivamente me importó –quizás sea la mejor película que he visto en los últimos 30 años– y otra que no lo hizo; una de ellas era, de hecho, un poco aburrida. La película aburrida era Kill Bill. Probablemente habrás leído buenas críticas sobre ella, posiblemente incluso dentro de esta misma revista. Steve dice que no se las crean. Steve dice que debes recordar que los críticos ven las películas gratis. Además, no tienen que contratar una niñera ni pagar 10 dólares en el aparcamiento. Ellos, por consiguiente, son aptos para poner por las nubes películas narcisistas como Kill Bill, que ha sido anunciada como la Cuarta Película de Quentin Tarantino y no como cursi.
Kill Bill no es un punto de referencia de atrocidad como Mars Attacks! o Queridísima Mamá; simplemente se embota a sí misma. Uma Thurman lo intenta intensamente y aunque ella es lo mejor de la película, al final parece más un maniquí que un ser humano: ella es, Dios nos salve, la Novia. La coreografía de violencia es como un rutinario chapuzón de Esther Williams. Cuando la Novia despacha al menos 70 tipos que saben kung-fu en una escena, la sangre se desparrama en espirales desde los miembros amputados. Ni siquiera tiene un final para quitarse el sombrero; lo único que nos cuenta son más y más patadas y puñetazos de karate, más falsos gritos de batalla. A decir verdad, está muy bien hecha, y la historia hace acopio de nuestro interés conforme la trama avanza, pero lo que se tiene que embotar se embota, ¿verdad? Todo lo que estoy haciendo es intentar centrarme en los sentimientos de insatisfacción que te harán dejar de ver esta película, el sentimiento de haber podido ser entretenido en lugar de encontrarte en las cálidas manos de la hoguera de las vanidades de Quentin Tarantino.
Mystic River, por el contrario, copa nuestro interés de una manera fascinante; por la construcción de personajes y porque nos cuenta una historia actual. Comienza a mitad de los 70, cuando a tres chicos (Sean, Dave y Jimmy) se le acercan dos hombres que se hacen pasar por polis. Siendo Dave es más fácil de separar de sus amigos, los “polis” lo meten en la parte trasera del coche y se lo llevan. Durante cuatro días, Dave sufre abusos sexuales a manos de esos lobos humanos. Finalmente escapa... pero realmente nadie puede escapar de algo así, y Clint Eastwood (que dirige) y Dennos Lehane (que escribió el libro) lo saben.
Saltamos adelante 25 años, a un día antes de que la hija adolescente de Jimmy sea encontrada asesinada. Lo que sigue es una tragedia de tensión que culmina con la muerte de un hombre inocente. Con un guión afilado y fuertes actuaciones (la mayor parte de la gloria se la ha llevado Sean Penn, pero el que mejor actúa es Kevin Bacon), la película es absolutamente entretenida. Nunca te preguntas por qué compraste las palomitas de tamaño pequeño en lugar del mediano; nunca miras la hora; te tiene totalmente absorbido.
En Mystic River hay tres asesinos en lugar de cientos, y Eastwood muestra uno cuando nosotros solo vemos sombras. No hay danzas mortales de kung-fu; la violencia es fea y bella, a la vez que romántica.
De nuevo, Kill Bill no es una mala película; solo es una película tibia. Dentro de diez años, te resultará difícil recordar de qué iba o quienes actuaban. Mystic River, por el otro lado, quedará grabada en tu memoria. Dentro de veinte años, podrás rememorar los terribles gritos de Sean Penn cuando se entera de que su hija está muerta.
Quizá el tema es este: las películas que importa (y los libros, y la música) nos llaman por sus propias voces –voces que son a veces en voz baja, pero siempre entendibles–. El cine es el mayor arte popular de nuestro tiempo, y el arte tiene la habilidad de cambiar vidas. Esto significa que las películas importan, e importan mucho. Cada vez que voy al cine, voy con la mayor de mis esperanzas, con mi dinero en una mano y el corazón en la otra. La mayoría de las veces, la película se vuelve canalla, pero a veces puedes encontrar un clásico real como The Way of the Gun, Billy Elliot o Mystic River. Cuando eso ocurre, puedo robar el eslogan de las Series Mundiales de este año y usarlo en este caso: VIVO PARA ESTO.
Fuente: Insomnia