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El escenarioLa oligarquía peronista


Jorge Fernández Díaz 

LA NACION




A los Kirchner les encanta atizar el fuego de la lucha heroica contra  los "poderes concentrados". Esa expresión, que sirve para mantener  alerta y cohesionada a la tropa y es fundamental para recrear la mística  del "relato", viene desde los últimos años del primer peronismo. Eran  los "poderes concentrados" los que habían derrocado a Juan Domingo  Perón, proscripto al partido y sus íconos y divisas, secuestrado el  cadáver de Eva, procesado y detenido a sus dirigentes y fusilado a sus  leales.

  Podían verdaderamente los peronistas explicar su heroísmo durante la  resistencia; incluso en los turbulentos años 70, cuando intentaron un  giro guevarista, y sobre todo durante la última dictadura militar, que  los torturó y asesinó aplicando el más siniestro terrorismo de Estado.

  Toda esa épica reconocible ha quedado, sin embargo, bastante lejos. A  partir de la era democrática, el Partido Justicialista se transformó en  un colectivo que gobernó y no dejó gobernar, una casta de dirigentes  humildes que se transformaron rápidamente en millonarios habitantes de  fastuosas mansiones, con poder territorial y presupuestos abultados. Y  la capacidad para girar a derecha e izquierda y hacerle creer una y otra  vez a la sociedad que los iguales eran distintos, y que en realidad los  de antes no resultaban "verdaderos peronistas" como ellos, "los  auténticos", que llegaban siempre ansiosos para un nuevo turno. Dentro  de esa realeza política, que de algún modo se convirtió en lo que antes  combatía, hay príncipes, duques y barones (del conurbano) que luchan por  el botín y se enfrentan en batallas y traiciones para que todo cambie  sin que cambie el fondo. Es decir, para que no haya alternancia y el  peronismo siga su monólogo interminable.

  Hay peronistas en el Gobierno y en la oposición; la maquinaria pejotista  -ya un remedo indisimulable del PRI mexicano- condiciona a las  administraciones que no son de su mismo color, y cualquiera sabe hoy que  desde el más rebelde y "progre" hasta el más "derechoso" debe entrar en  el peronismo para tener una mínima chance electoral. El peronismo, por  aciertos propios e ineptitudes ajenas, triunfó. Y sabido es que cuando  un movimiento que se autopercibe como revolucionario triunfa y se  apoltrona en el poder, inevitablemente se vuelve conservador. El  peronismo, más que ningún otro sector de este país, representa de ese  modo una nueva forma de conservadurismo conducida por una nueva clase de  oligarquía.

  El gran narrador Jonathan Swift parecía hablar de las internas  peronistas cuando escribía aquella imagen célebre: "Podemos observar en  la república de los perros que todo el Estado disfruta de la paz más  absoluta después de una comida abundante, y que surgen entre ellos  contiendas civiles tan pronto como un hueso grande viene a caer en poder  de algún perro principal, el cual lo reparte con unos pocos,  estableciendo una oligarquía, o la conserva para sí, estableciendo una  tiranía".

  Es interesante la palabra "oligarquía", sinónimo supremo de los "poderes  concentrados". La Real Academia Española la define como "gobierno de  pocos", pero anota también otra acepción: "Conjunto de algunos poderosos  negociantes que se aúnan para que todos los negocios dependan de su  arbitrio".

  Ese "gobierno de pocos" se consigue, justo es decirlo, con el apoyo de  muchos. La increíble ineptitud de las sucesivas oposiciones al peronismo  hicieron posible esta paradoja: votar al menos malo y legalizar así  mediante las urnas el sostenimiento de una estructura de señores  feudales que terminan transgrediendo las reglas democráticas, realizando  lo que no prometieron y dejando una bomba de tiempo económica.

  Los peronistas dominan quince provincias y comparten porciones  importantes de poder en otras seis. Más allá de fracturas momentáneas,  son amplia mayoría en las dos cámaras del Congreso y en las principales  legislaturas. Controlan grandes y pequeñas ciudades. Tienen una red  gigantesca de punteros y planes sociales. Poseen las principales cajas  públicas nacionales, provinciales y comunales, sin olvidar que utilizan  como propios para tareas políticas y faenas de cooptación y  hostigamiento a la Anses, la AFIP, la SIDE y el Banco Central. Nadie  puede gobernar el país sin cierto consentimiento por parte de los  principales intendentes del conurbano bonaerense, que administran desde  hace décadas un territorio donde la desigualdad y la pobreza han  crecido, y donde ahora cunde la anomia, el clientelismo y el  gerenciamiento de la miseria.

  La columna vertebral del movimiento domina el transporte de tierra, aire  y agua de la Argentina: desde los camioneros y la Fraternidad y la  Unión Ferroviaria hasta los colectiveros de todas las distancias, los  pilotos de avión, los peones de taxi y los trabajadores portuarios  responden a un mínimo gesto de Moyano, que también maneja a otros cien  pequeños gremios. Su influencia llega a las tarifas, a los precios,  impacta en la alimentación y en los peajes, y talla en todo el aparato  peronista: es vicepresidente del PJ nacional y, como no le alcanzaba,  también del bonaerense.

  Sus competidores, los Gordos, cuentan con otros cincuenta gremios  aliados, sin olvidar a los empleados de las estaciones de servicio, las  agencias de seguridad, la sanidad, el comercio, los gastronómicos y los  muchachos de Luz y Fuerza. Su poder de negociación es letal, y no hay  empresario importante que pueda resistir el embate a fondo de estas  organizaciones todopoderosas, encabezadas por burócratas enriquecidos.  Ningún gobierno independizado del "partido único" sería capaz de  sobrevivir sin "una pata peronista" o sin hacer un acuerdo espurio con  todos estos jerarcas.

  A eso el gobierno justicialista suma un ejército piquetero de 150.000  personas dispuestas a movilizarse, cortar calles y rutas, bloquear  locales y escrachar personas. Me refiero a los militantes activos de  Movimiento Evita, Tupac Amaru, Central de Movimientos Populares, Frente  Transversal y Popular, todos ellos sensibles a la caja y los mandatos de  la Casa Rosada.

  Del viejo  establishment  no queda más que un grupo de  empresarios asustados y con escaso margen para operar significativamente  sobre la realidad. Muchos de ellos hacen excelentes negocios con el  Gobierno, otros temen sus ataques y acompañan en silencio. Y luego están  los que cedieron a la presión y al debilitamiento, y les vendieron a  los capitalistas amigos de Kirchner, que fueron armando a su vez un  conglomerado para hacerse dueños del agua, el gas, el petróleo y los  medios. Los grupos adictos al peronismo se expanden y han logrado  articular holdings impresionantes que reciben órdenes desde Olivos. Los  bancos quedaron debilitados y sin fuerza para condicionar cualquier cosa  cuando les arrancaron las AFJP: los más grandes y gravitantes son el  Nación y el Provincia, cuyo control férreo está en manos del peronismo  gobernante. Las cámaras empresarias fueron copadas o dividas. Las  multinacionales que tenían servicios públicos le temen más al gobierno  argentino que a Dios. La economía está más concentrada en la actualidad  que en los aborrecidos años 90. Es el momento de mayor presión  tributaria y más alto gasto público de la historia: el 72% está en manos  de Presidencia de la Nación. Billetera no sólo mata galán. También mata  ideal. Y con esos billetes, los perseguidos de antes son los  perseguidores de ahora.

  A esto se suma un sistema propagandístico en expansión formado por  medios estatales y provinciales engordados con el erario; cadenas  noticiosas y radios de primer orden que reciben publicidad oficial y  negocios, y que propalan con entusiasmo las buenas nuevas y toman  represalias contra los periodistas díscolos; diarios y revistas que  están al servicio del oficialismo haciendo alharaca con la libertad de  expresión pero que jamás investigarán ningún hecho de la corrupción  kirchnerista.

  En un país que es rehén -gozoso o angustiado- del peronismo,  victimizarse y buscar chivos expiatorios, conspiradores destituyentes y  sinarquías internacionales resulta, por lo tanto, un viejo truco vacío,  casi una broma. Como pasar por contestatarios cuando son y representan  al mismísimo statu quo, a la hegemonía en su punto de máxima cocción.  Los "poderes concentrados" hoy los detentan en la Argentina precisamente  los miembros del gran partido del poder. Una nueva oligarquía política  que perdió la heroicidad hace mucho, mucho tiempo.

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