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Más allá de la leyenda, el rey del terror es un escritor que debe y 

 merece leerse. El año pasado se reeditó en versión pocket  

 "Un saco de huesos", una de sus novelas más ambiciosas.







Como Carlos Castaneda, como Tomás Phychon, como Borges, como  Salinger, Stephen King ha traspasado los límites de su propia ficción  para convertirse él mismo en un personaje. En una leyenda que muy  probablemente no morirá jamás. 


King se perderá en el horizonte infinito, se desintegrará bajo un  manto de sombras, caerá al más abismal de los precipicios pero ¿morir?  ¿fallecer de una sobredosis letal de barbitúricos? ¿de un ataque al  hígado? ¿de un accidente de tránsito? 


No, eso no le ocurrirá al creador de "It".


En rigor, el esqueleto pertrechado de una guadaña, trató  infructuosamente de llevárselo al reino de las almas sollozantes. Un  conductor casi por un pelito  acaba con los días horriblemente felices  de King pero éste, cual Lázaro, se levantó de su tumba después de que  Cristo dijera las palabras apropiadas.


El mayor de todos los escritores del terror volvió no diremos que  físicamente intacto, aunque sí indemne en términos literarios. 


Corren rumores sobre King. Uno de tantos asegura que nadie es  capaz de escribir el promedio de novelas de largo aliento que lleva  publicadas sin una ayudita de los amigos. Se dice, se comenta, se hace  girar como un trompo la información, el dato frío, de que King trabaja  junto a un grupo de 20 escritores fantasmas. Que la obra de King es un  asunto de coordinación de esfuerzos. Una situación orquestal en la cual  él ejerce de director.


Leer cualquier libro de Stephen King implica aceptar este  compendio bibliográfico profano compuesto por las extrañas historias que  hablan de su trabajo. Cada vez que leemos al rey del terror lo hacemos  bajo la sospecha de que tal vez estamos leyendo a alguien más.


Cierto o no, es justamente esta duda punzante la que contribuye a  que sus libros sean sinónimo de entretenimiento original. Como si el  supuesto fraude sobre el que se están posando nuestros ojos sirviera a  modo de una crítica de la razón filosófica de una verdad literaria  irrefutable: que Stephen King, en su papel de adicto a la virtud ajena o  de genio comercializado hasta el paroxismo, es un escritor que debe ser  leído antes de que una balsa etérea se lleve nuestro espíritu al  Purgatorio.


En el 2010, editorial Sudamericana editó "Un saco de huesos" en  una versión pocket, uno de sus libros de mayor complejidad narrativa,  tomando en cuenta que sobre un mismo núcleo argumental se entrelazan  pasado, presente y futuro; realidad y fantasmagoria. 


King tiene el permiso tácito (aquel que le otorgan millones de  ejemplares vendidos) de valerse, cual muletilla, del horror dibujado  sobre la máscara de cualquiera de sus criaturas para quitarnos el sueño.  


Sin embargo, el autor no abusa de su condición de perfecto  arquitecto de oscuras cavernas novelísticas. No se deja llevar por la  tentación de escribir con el trazo más simple. 


Por el contrario, King lo ensucia todo, lo empuja y retrae,  haciendo difícil lo que parecía fácil e imposible (para sus personajes,  al menos) lo que debía resultar apenas difícil. El amor es reconvertido  en perversión. El dolor, en una forma de conjurar el ocaso. La muerte de  los enemigos, en una merecida herencia. La nostalgia, en deseo de  venganza. Y la humanidad, en una terca expresión de lo fantasmal.


En "Un saco de huesos" Stephen King pone en tela de juicio la  propia fantasía del relato. Un relato, por cierto, atiborrado de  espíritus protoplasmáticos con los dientes afilados en competencia con  ancianitos de carne y hueso capaces de detonar una bomba atómica en el  cerebro de cualquier virgen inocente.


"Un saco de huesos" es el soberbio relato de la odisea personal y  americana del novelista Mike Noonan. A varios años de haber muerto su  mujer, el tipo aún atraviesa por una terrible depresión. Lo que es peor,  ha dejado de escribir y nada indica que volverá al ruedo. Antiguo y  recurrente drama ampliamente teorizado por King.


Para limar asperezas con sus demonios internos Mike, escritor de  fama media (o de mitad de tabla), se refugia en la casa de veraneo que  junto con su esposa compraron alguna vez. Allí descubre la esencia del  mal encarnada en la figura de un millonario, Max Devore, y la esencia  del bien, o el amor a secas, en la de Mattie. 


En el medio, espectros sin consuelo, un grupo de músicos ya  fallecidos que aún tienen cuentas pendientes con este mundo, una nena  que debe sobrevivir a la tormenta, y un exquisito escenario natural  donde la lucha, la de Mike, la de Max, la de Mattie, la de una cantante  llamada Sara y sus grupo los Red-Tops se revelan de a poco como un  enigma feroz.


Cuando los créditos ya vienen bajando por la pantalla, King nos  tiene reservado un bonus track, un capítulo que acaso no debería estar  ahí, una escena borrada. En ella Mike mantiene una equilibrada  conversación con un amigo. Es el diálogo donde cuestiona la honestidad o  veracidad de su creación. Pero ¿importa? En el fondo todos esperamos  que antes de que el rostro de Mike-King se apague, éste nos guiñe el  ojo, haciéndonos cómplices de una broma macabra.

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